Antes aun de los títulos, “El Jockey” da indicios de cómo transcurrirá el filme: en un viejo bar, en una mesa está sentado un anciano con un cartel que informa que sufrió un ACV y pide limosna; en otra una persona con los brazos y las piernas amputadas toca la armónica y apoyado contra la pared, un jinete duerme borracho. Dos personas (Roberto Carnaghi y Osmar Núñez, perfectos “pesados” en malos tiempos) lo despiertan violentamente, y en vez de reaccionar enojado, los abraza. Se lo llevan directo al Hipódromo de Buenos Aires en un auto manejado por el tercero en cuestión, Daniel Fanego, cuyo personaje usa su propio apellido en la ficción en su trabajo póstumo. Luego, llegan los anuncios institucionales de la película.

Así, entre marginados y marginales discurre la última realización de Luis Ortega, reciente ganadora del premio mayor en la categoría Horizontes Latinos del festival de San Sebastián y la candidata argentina a los Oscar y al Goya. El protagonista es un inmenso Nahuel Pérez Biscayart, con una cámara que se regodea con su mutante rostro de mil caras. Imposible pensar en el filme sin él, omnipresente y eje excluyente del relato.

La historia

Remo Manfredini, quien supo ser imbatible en la pista, está en malas horas debido a sus adicciones y a su alcoholismo. Será padre (su pareja es interpretada por Úrsula Corberó), pero no sabe qué es lo que quiere de su existencia sumido en una espiral hacia el vacío más profundo.

Una última carrera será su oportunidad de redimirse y en ella se jugará la vida. Fracasa. En vez del premio del vencedor lo espera una cama en el hospital por una rodada que le dejó lesiones que, según la médica que lo atiende, son “incompatibles con la vida”. Despierta y huye, con un pesado tapado de piel y la cartera de una paciente vecina, trasvestido en un cambio que irá más allá de la ropa.

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Entonces, la película se zambulle en su siguiente etapa. Un fantasma recorre una Buenos Aires (parafraseando el comienzo del Manifiesto del Partido Comunista) con gente viviendo en la calle, chicos esperando el regreso imposible de su madre, cosas tiradas que a nadie le sirven. Su personaje es liviano como el aire, pero todos lo ven, hablan con él, lo buscan desesperadamente con la orden de traerlo vivo dada por el mafioso dueño del stud Rubén Sirena (el mexicano Daniel Giménez Cacho) para quien trabaja, tapa de una revista que destaca su “Fortuna y sensibilidad” y que siempre está con un bebé distinto en brazos. Y no se describe más para no caer en el spoiler.

El relato

El recorrido que logra el director con su historia es conmovedor en varios aspectos. Usa el humor y la ironía con solvencia y sorpresa; recurre a personajes que aparecen sin motivo ni explicación, sólo para un instante, y a otros que se transforman en recurrentes y terminan impulsando la trama en forma decisoria (sobresale el Malevo Ferreyra, interpretado por Jorge Prado); rinde tributo a la música de su padre Palito Ortega y a la era de los 60; retrata ambientes en decadencia, incluso aquellos presuntamente lujosos; plantea sujetos que están atravesados por dolores, pérdidas y pesares (muchos, en una simple pincelada al pasar, como el padre abandonado por su mujer); juega con lo onírico y la incertidumbre constantemente; le hace un guiño al género del “cine dentro del cine”; plantea que todo está en un gran cambio y que la decisión depende de cada uno; deja más preguntas que respuestas...

“Si no ganás, te matan”, la advertencia para “El jockey”

Hay escenas que remiten a otras realizaciones: por ejemplo, es imposible ver desfilar a la Fanfarria Alto Perú de los Granaderos a Caballo (justo ellos, que evitan al jockey malherido) sin recordar a “Sur” de Pino Solanas. La cámara a cargo del finlandés Timo Salminen (habitual colaborador de Aki Kaurismäki) le imprime un tono especial, mientras disfruta en sus paneos de los largos pasillos, sea en el interior del hipódromo o de un subte porteño, o de los elementos surrealistas de Remo caminando por el techo sin que nadie se sorprenda.

Junto al foco puesto en la búsqueda de la identidad del protagonista, la obra premiada bucea con enorme sensibilidad en la toma de decisiones en el sentido más amplio: amar o no (y a quién), matar o no, desear o no, abortar o no, vivir o no...

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Perdedores de muchas cosas, no hay personajes que se recorten en el sentido del héroe clásico. Inmersos en una sociedad en la cual sólo sirven los triunfos y el dinero, justo para un Remo que lo material no tiene sentido, se embarcan en un viaje destinado al fracaso en un guión repleto de signos y símbolos que siempre ofrece una vuelta de tuerca más, desconcertante para parte del público, gozosa para el resto.

En su vida privada, Ortega cree en la reencarnación según una entrevista en CNN Radio. Y su película también habla de ella, de las segundas oportunidades y de la valentía para hacerse cargo de lo elegido. Por eso, no es relevante responder cuándo murió Manferdini, sino cuándo comenzó realmente a vivir.